¿Cómo conseguí escribir una novela?

La primera vez que se me ocurrió escribir un libro tenía 24 años. Había acabado mis estudios universitarios y estaba en un avión con destino a Londres. Pretendía tener un buen nivel de inglés para más adelante poder cursar un MBA en una universidad de prestigio que tenía como condición presentar un título oficial de este idioma.

Toda mi vida me habían fascinado los libros. Sobre todo, de niña. Había leído todas las novelas juveniles o policíacas que había en casa, más las que me dejaban amigos, más otros libros de la biblioteca.

En aquel avión se me ocurrió que podría escribir un libro sobre la aventura que estaba a punto de emprender. Había acabado la carrera, iba a un país desconocido, todo era nuevo. Afloraban muchas emociones y escribir me ayudaba a canalizarlas. Así que mentalmente, en aquel asiento entre las nubes, empecé a imaginarme como sería esa historia. Se quedó en un sueño, hasta que, años más tarde, un día empecé a escribirla. Escribí tres páginas y no supe como continuar. La dejé ahí.

Esto que parece una anécdota, se ha ido repitiendo en mi vida, sobre todo en momentos de cambio. La última vez que hice el intento de escribir un libro, llegué a escribir doce páginas. De eso hace dos años, semanas después de haber tenido mi primera experiencia con una visualización guiada. En una mentoría sobre como relacionarse con los hijos de manera efectiva, la facilitadora me llevó a conectar con mi niña interior. Me hizo visualizar momentos de mi infancia y una de las preguntas fue ¿Y qué hace esa niña? Escribe. Quiere ser escritora. Y ¿por qué no escribes? Obvio, respondí, porque no sé. A estas alturas he aprendido que quien tomó el mando ante esta pregunta fue mi ego. Un ego con todo tipo de miedos y excusas.

Aquí las que he podido recordar, por si a alguien le resuenan:

  • ¿A quién debería importarle mi historia?
  • El tiempo es lo más importante que tienen las personas, como lo iban a perder leyendo mis paranoias.
  • Está todo escrito.
  • No tengo el dominio del lenguaje.
  • No quiero que nadie lea lo que escribo (miedo a no cumplir las expectativas).
  • No me gusta llamar la atención.
  • ¿Y si empiezo y me quedo en blanco?
  • ¿Y si el tema no le interesa a nadie?
  • ¿Y si no lo consigo?

Como la facilitadora, en cada sesión, seguía preguntando cuando iba a escribir el libro, el tema me perseguía.

Finalmente, miré algunos vídeos de youtube sobre como escribir un libro y empecé. Conseguí llegar al final del primer capítulo. Todo un reto. Pero, mi ego tenía razón. Ya no sabía por donde seguir. Definitivamente, no sabía.

Para entonces, ya tenía claras dos cosas:

  • Dentro de mí vive una niña que sueña en ser escritora.
  • En mi lecho de muerte, me iba a arrepentir por no haberlo intentado. Cuando visualizaba ese momento, me veía diciéndome: Pues claro que podías, solo que no te atreviste.

Llegado este punto y dadas mis limitaciones, solo había un camino. Un camino que iba a ser largo —lo contrario a la inmediatez que cada día está más de moda—: Aprender a escribir.

Para eso me apunté a la mejor escuela de Barcelona. Un curso de escritura, que en realidad terminaba con el nacimiento de una novela. Eso, cuando entré, no lo sabía.

Era un itinerario de 4 años. Para una persona resolutiva y enfocada a resultados, como yo, una eternidad. Pero mis motivos me empujaban sin piedad.

Desde que me apunté al curso me mentalicé de una cosa: tenía que creerme que me iba a convertir en escritora. En realidad, ya llevaba una escritora dentro, solo tenía que dejarla aflorar.

Y me hice la siguiente pregunta: ¿cómo es una escritora? Tenía que ver el mundo desde los ojos de una escritora, caminar como una escritora, peinarme y vestirme como una escritora, soñar como una escritora… Tenía que convertirme en escritora. Y con esta intención, empecé el curso.

Recuerdo que un día mi padre me vio llegar y me dijo: ¿Dónde vas vestida así?, y yo le contesté que se fuera acostumbrando, era mi nueva imagen, la de escritora. Se puso a reír. Cuando escribía los últimos capítulos de la novela, en mi casa se lo empezaron a tomar en serio.

Durante el curso, me acostumbré a que otra gente (los compañeros) leyeran mis escritos. Hasta la fecha, nadie había leído lo que yo escribía. Me daba vergüenza. Al principio, pensaba que era la peor de la clase, que ahí había mucho nivel. Con el tiempo supe, que todos los demás se sentían igual.

Se acercaba el final del primer curso y yo no tenía nada. No tenía ni una historia. Hasta que un día, en un ejercicio, apareció una voz. Una voz diferente, que gustó más que las otras. Para mí no tenía nada de especial. Fue de lo más sencillo que había escrito. Vaya, que lo hubiese tirado de no ser que era un ejercicio que se tenía que entregar. Me pareció increíble que les gustara precisamente esa.

Mi profesora me dijo que buscara una historia en esa dirección. Le expliqué de dónde venía esa voz. Y me acordé de una vez que había pensado: si supiera escribir, escribiría mi versión sobre lo que se había dicho en un pueblo, acerca de una persona que yo apreciaba. ¡Qué pena que no sabía!, había pensado entonces. Pero ahora estaba aprendiendo. Esa voz tenía relación con ese momento, así que escogí esa idea como punto de partida de mi proyecto de novela. Le llamé proyecto para que no diera tanto vértigo.

Cuando por fin desencallé los bloqueos y me puse a trabajar en el proyecto, aparecieron nuevos miedos:

  • No consigo que la historia encaje en una novela.
  • Me faltan escenas.
  • No hay suficientes conflictos.
  • No me sale la estructura.
  • No sé por dónde empezar.
  • La trama no tienen nada de interesante.
  • Las historias de mis compañeros son mucho mejores.

Tenía la sensación de que todo el mundo avanzaba en sus proyectos menos yo.

Me mentalizaba de que mi prioridad era aprender y disfrutar del proceso. Este proyecto era la excusa; una herramienta para experimentar con las técnicas literarias. Este era mi objetivo. Experimentar para aprender y, algún día, quizás escribir una novela. Lo dibujaba en mi mente como un arenal donde juegan los niños. Veía esos niños levantando castillos de arena entre risas y destrozándolos a patadas para luego crear otras formas. No les importaba el resultado. Mi objetivo tenía que ser el de esos niños: un juego, pasarlo bien experimentando con las técnicas de escritura.

Mientras tanto pero, mi proyecto no avanzaba ni encajaba en la estructura de una novela. Hubiese sido desesperante, si no llega a ser por la imagen del arenal.

Un día, en el segundo curso, el profesor dijo que en cuatro semanas quería ver las cinco primeras páginas de cada novela. Preguntó quién entregaría en la primera entrega -se hacían dos-. Nadie levantaba la mano, así que dije, yo. Total, si se tenía que hacer, cuanto antes, mejor. Mi bloqueo no se iba a desvanecer por tener una semana extra para la entrega.

Y ahí sucedió el milagro. Decía Rumi: cuando empiezas a andar, el camino aparece. Empecé a escribir. A partir de entonces las piezas del puzle comenzaron a encajar. La estructura empezó a tomar forma yo ya no podía dejar de escribir.

Uno de los puntos que me ayudó a lanzarme fue pensar en escenas. Cuando me ponía a escribir mi objetivo era una escena, no la novela. Ni como entrelazar las escenas. Una escena era un relato. Y un relato sí lo podía escribir.

Otro pilar en mi estrategia fue la decisión de adquirir el hábito de escribir. Era un hábito de dos horas diarias. Como no tenía tiempo durante el día, escribía de 10 a 12 de la noche. Cada día, sin inspiración, me sentaba dos horas delante de una pantalla en blanco. A los tres meses, escribir se había convertido en una rutina y tenía 50 páginas escritas.

Otro punto decisivo ha sido el hecho que alguien (que sea un referente para ti) crea en ti. El profesor creía en mí. Y algunos compañeros también. Aunque yo era muy crítica con lo que escribía, mi profesor me felicitaba. En todo proceso de alcanzar una meta, es muy importante tener a un mentor que crea en ti.

Con las semanas la historia ya me había atrapado. Cada día escribía para saber cómo se lo harían esos personajes, que parecían tener vida propia, para escenificar unas idea que yo tenía en el guion. Yo sabía que tenía que pasar y ellos me mostraban el cómo.

Algunos días, no había manera de avanzar. El papel en blanco se resistía. La escena no fluía. Igualmente, no me levantaba de la silla. Muchas veces buscaba un periódico de la época y me entretenía leyéndolo. Algunas escenas han salido de las noticias que leía. Una vez arrancaba la escena, el resto ya fluía.

Después de exactamente seis meses, escribía la palabra mágica: FIN.

¿Cómo lo hice para llegar hasta ahí sin rendirme en el intento?

Si tu también tienes el sueño de escribir un libro y no te atreves, a continuación, te comparto una lista de las herramientas que han sido claves en mi proceso:

  • Enfócate en quien tienes que ser para lograr tu objetivo.
  • Confronta tus miedos y compénsalos con creencias positivas.
  • Trabaja tu autoestima.
  • Fórmate, busca ayuda.
  • Enamórate del proceso.
  • Mentalidad de aprendiz.
  • No te enfoques en el resultado.
  • Deja atrás el perfeccionismo. Hazlo lo mejor que puedas.
  • Búscate un mentor. Alguien que crea en ti, para que cuando tu flaquees, te recuerde que tú puedes.
  • Humildad.
  • Coherencia.
  • Perseverancia.
  • Constancia.
  • Rigor.
  • Autenticidad.
  • Créetelo: Mentalidad de ganador desde el primer momento.
  • Agradecer el resultado desde el primer día.
  • Visualizar la novela: Yo tuve los post-its de la parrilla colgados en la pared de la habitación durante semanas.
  • Y sobre todo: ILUSIÓN.

Ahora que mi primera novela ya es una realidad, y he tenido el honor de ver cómo personas de mi entorno se emocionan con el hecho de que lo haya conseguido y otras que ya la han leído me dicen que han disfrutado haciéndolo, le añadiría otra cosa:

Vivir todo este proceso entendiendo que si tienes el don de saber escribir tienes que escribir, para que otras personas puedan disfrutar con tus historias.

Todos llegamos a este mundo con un don y es nuestra responsabilidad trabajarlo y ponerlo al servicio de los demás. Estoy convencida de que esta es la manera que tenemos de aportar nuestro granito de arena para hacer de este mundo un lugar mejor.

Pero, esto no acaba aquí. Hay que pasar al siguiente nivel: Publicar.

¡Qué miedo!

¿Cómo lo voy a hacer?

Espero podértelo contar en otro post, porque esto significará que lo he conseguido.

¡Gracias por leer!

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