
Así como toda flor se marchita
y toda juventud cede a la edad,
así también florecen sucesivos los peldaños de la vida;
a su tiempo aflora, toda sabiduría, toda virtud,
mas no les es dado durar eternamente.
Es menester que el corazón, a cada llamamiento,
esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo,
esté dispuesto a darse, animoso y sin duelos,
a nuevos y distintos desafíos.
Y hay una magia en cada momento
que nos protege y nos ayuda a vivir.
Debemos ir serenos y alegres por el mundo,
transitar los espacios sin aferrarnos a ninguno,
cuál si fuera una patria; su espíritu no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos,
que nos expandamos peldaño tras peldaño.
Apenas hemos ganado intimidad
en una morada y en un ambiente,
ya todo empieza a languidecer:
solo quien está listo a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa el hábito.
Aun la hora de la muerte acaso nos coloque
frente a nuevos espacios que debamos franquear:
las llamadas de la vida
no acabarán jamás para nosotros…
Pues bien, corazón, ¡despídete y sana!
Hermann Hesse (1877 – 1962)