Han pasado dos años desde que, en una visualización guiada por una facilitadora del método de paternidad efectiva, del que no pude escapar, conecté con la niña que había sido. ¿Y qué está haciendo esa niña? Escribe. La niña escribe. Le encanta escribir. Al volver de la escuela, con siete y ocho años, escribe poesías. Las escribe en un papel, las reescribe y cuando le parece que están bien, las escribe con la máquina de escribir. Pone 3 folios y 2 hojas de papel de carbón en el carrete, para tener 3 copias: una para ella, una para su padre, y una para la editorial. Su sueño es ser escritora.
Al acabar la visualización, la facilitadora, me preguntó. Y, ¿por qué no escribes? Lógico —contesté yo— porque no sé. ¿Cómo que no sabes escribir? Escribe, Lourdes, escribe.
Qué mona la facilitadora, pensé al acabar la sesión. ¿Cómo voy a escribir? Como si todo el mundo pudiera escribir. Escribir un libro era un sueño recurrente en mi vida. En numerosas ocasiones había empezado un primer capítulo y siempre quedaba en eso, un primer capítulo. ¿A quién le va a interesar lo que tú escribes? Hay miles de libros publicados. Ya está todo explicado. Tú no tienes el dominio del lenguaje que se necesita para escribir un libro.
Un día leí un artículo sobre la gente en el lecho de muerte, y decía, no se arrepienten de lo que han hecho, se arrepienten de lo que no se atrevieron a hacer. Fue entonces cuando me vi, en mis últimos suspiros, con esa claridad que te da saber que has llegado al final, y lo sabía, podía haber escrito un libro, pero no fui lo suficientemente valiente.
Hablé con gente de mi entorno, y todos me decían: hazlo. Miré contenidos en internet de como escribir un libro, y me puse manos a la obra. Escribí más de cinco páginas, que era lo máximo que había escrito siempre que había tenido tal iniciativa. Continué. Y acabé el primer capítulo. Y ahora, ¿qué?
Le di muchas vueltas y, estaba claro: no sabía escribir. Pero podía aprender. Un conocido me recomendó una plataforma online donde tienen muchos cursos. Era mi día de suerte, tenían un curso de escritura, de oferta, por 20 €. No lo dudé, me apunté.
Todavía no había empezado el curso cuando le comenté a una persona de mi confianza que había decidido aprender a escribir. Pues tienes que ir a la escuela de escritura del Ateneu de Barcelona. Pero, si ya me he apuntado a un curso. Olvídate de este curso. Tú quieres escribir y esa es la mejor escuela en Europa. Llama al director de mi parte. Y me pasó el teléfono. Así fue como semanas más tarde empezaba el curso de narrativa.
Yo siempre había pensado que quería escribir un libro, pero sin saberlo, me había puesto en un curso de narrativa, que terminaba con un proyecto de novela. ¿Una novela? Si escribir un libro ya me daba pánico, una novela me parecía algo enorme. Escribiré algo surrealista que me haya pasado. No —la profesora—. Es extremadamente complejo escribir una novela sobre tu propia vida. No funciona. Ahora entiendo por qué. Con el tiempo: Escribiré la historia de mi tía, porque… No. La vida de una persona no es una novela. Puedes inspirarte en una parte, pero una vida no es una novela. Todos mis compañeros tenían su proyecto de novela y yo no tenía ni idea. Yo solo quería escribir un libro.
Pero cuando trabajas, al final, llega un día en que las cosas empiezan a tomar forma. Empecé a construir y acabé el curso con un proyecto de novela.
Continué con el siguiente curso. Me pasó lo mismo. Mis compañeros avanzaban y mi novela no tenía la estructura que tenía que tener. No sabía como hacerlo. Llegó el momento de tener que empezar a escribir, pero yo no tenía ni una estructura sólida. Y decidí a empezar con lo poco que tenía, con la única intención de aprender a escribir. Esa novela me iba a servir para eso: aprender. Aprender a manejar el lenguaje, la trama, la parrilla, la escaleta, el estilo, la construcción de la historia, los personajes, los narradores… Mi proyecto de novela era como el arenero de los niños. Me iba a ensuciar, me lo iba a pasar bien y sobre todo me iba a divertir aprendiendo.
Llegó el día en que el profesor dijo que había que entregar cinco páginas dentro de cuatro semanas. ¿Las cinco primeras páginas? Pánico es lo que sentí. ¿Cómo lo voy a hacer? Esa misma semana empecé a escribir. Cinco páginas daban mucho vértigo. Tenía que empezar como fuera, para tener algo, en cuatro semanas. Y empecé. Y a las cuatro semanas tenía veinticinco páginas. Hoy, a dos semanas de terminar el curso, tengo escrita la mitad de la novela y he tenido la tutoría de final de curso. Le he dicho al profesor que ya no puedo parar de escribir, que espero acabar la novela este año, por lo menos el borrador. ¿Qué me aconsejas? Que sigas escribiendo como lo estás haciendo. No hay novelas con la estructura que tiene la tuya. No te estoy corrigiendo casi nada de tus entregas, ya lo has visto. Continúa escribiendo. ¿Me puedes recomendar una novela de referencia? Escribe. Había pensado, que quizás en el pueblo incluso podría haber alguien que la compraría. Tienes que presentarla a premios. ¿Premios? Hay premios que quedan desiertos porque las novelas que presentan no valen nada. La tuya está bien escrita. ¿La mía? Mis ojos estaban a un suspiro de romper a llorar. ¿El profesor más meticuloso de la escuela me estaba diciendo que mi novela tiene posibilidades? Al final de la tutoría le he dado las gracias por creer en mí. No me des las gracias, es lo que pienso. Y mi cuerpo no sabía como hacer para contener toda la felicidad, que empezaba a desbordarse por cada rincón de mi piel. He salido a la calle y las lágrimas que resbalaban por mis mejillas se mezclaban con una sonrisa tan grande que se salía de mi rostro.
No sé si algún día mi novela ganará un premio, pero hoy he tenido el mayor premio que me podía imaginar: que mi profesor crea en mí y en mi proyecto de novela. Ese es el mejor premio.